sábado, 20 de agosto de 2011

ESC 3 – Exterior – Balcón en un barrio de Buenos Aires – Tarde nublada

en realidad salió al balcón por las nubes. siempre le llama la atención el cielo, en general. la luna o la ausencia de ella, el color, el smog, las estrellas; se fanatiza viendo las estrellas, se fascina literalmente, se encanta como la serpiente de oídos abiertos al sonido de la flauta del muchacho del turbante. y las nubes. a veces el cielo son sólo las nubes, como hoy. y es más que el cielo, porque parece que descendieran y envolvieran todo cuanto se les pone por delante. es salir a la calle y meterse en esa especie de bola húmeda y quieta que pegotea y despeina. así salió al balcón, a envolverse en ese cumulonimbus que muere en el asfalto de la calle atestada de coches humeantes. que son humo y vapor a la vez.
ahí estaba, a una altura media, mirando al oeste profundo de donde viene la calle. desde arriba,  con la vista fija en el punto de fuga que vomita colectivos, que se ven más o menos porque adelante hay agua, en estado gaseoso, está bien, pero agua al fin que cuando le toca la piel se siente que es agua y en cuestión de segundos hasta la ropa que lleva puesta se le mojó. qué importa, si está nomás a un giro de una remera seca. así que se queda y proyecta los ojos por sobre las cabezas de la gente que camina por la vereda. gorros, para no mojarse. melenas alborotadas. capuchas, calvas brillantes. los ojos más arriba y ni un alma en las ventanas. ni una cortina flameando, porque no hay viento, ni una brisa tímida. todo está frenado por la burbuja húmeda en la que se sume la ciudad. los balcones se debaten entren plantas que no saben de estaciones y que persisten en su follajes verdes, entusiastas ante las gotitas que les impregna el aire. no corren la misma suerte los árboles que se olvidaron de lo que eran frondosidades y aguardan estoicos la llegada de la primavera. ahí, tan erguidos, tan suficientes, les sirven de parada a los perros del barrio. y ella los mira y sonríe. canes despeinados a los que no les importa nada empaparse y volver a su casa con el auténtico e inconfundible olor a perro mojado. se detienen en cada árbol con el ritual de la cotidianeidad y se pierden en alguna de las esquinas, tironeados por alguna correa apurada que quiere repararse de ese spray que los desespera. quedan los árboles solos, desprovistos de toda compañía, con las raíces anchas metidas suelo abajo y un tronco inmenso que llega alto y pincha la burbuja de agua que es el aire con las ramas puntiagudas como dedos flacos. atrás? qué es lo que ve allá atrás recortándose sobre el gris del que parece estar pintada la tarda entera. algo le resuena en los ojos, la mirada busca más allá como si quisiera entrar a un lugar que conoce, como cuando la familiaridad misma de las cosas la convoca proveyéndola de la seguridad que la casa propia regala. le brilla en las retinas algo auténticamente propio, que está tan lejos que distingue por intuición apenas. con una certeza física como el teclado de la computadora o los botones del control remoto. así entiende que algo que conoce está a la mano o al ojo, en este caso, clava la mirada, enfoca y no obtura. perdura siendo mirada y los ojos le empiezan a sonreír. la sustentabilidad de su percepción no la traiciona, allá muy lejos en un mástil tal vez improvisado se dibuja una bandera. su bandera. flameando en una corriente de aire inexistente, desplegada, espléndida, formidable. la sensación no cesa, confirma y ratifica que ese trapo es su casa. el abrigo indecible de los colores, no por patrios, sino por propios más bien. últimamente se le hizo mucho más carne que nunca el país (no dice patria porque le suena castrense y castrado), aprendió, porque aprendieron otros también, a reconocerse en muchos, a creerse una familia gigante y disfuncional pero amorosa.
ahora llueve, el agua cae y le salpica la cara, los pies, los brazos apoyados en la baranda del balcón. alguna que otra gotita se le cuelga de las pestañas pero no la hace bajar los párpados. extasiada, se embelesa con su bandera que bailotea en un viento que no existe y con ese mismo aire infla el pecho con un orgullo creciente que se le desparrama por todo el cuerpo al que ya se le pega la ropa de tan mojada y no le importa. el pabellón albiceleste le augura un futuro y soporta el pasado. se banca y abraza la cancha, al che, el mate, incluso a la guerra inútil. se sostiene indemne soportando que lo quieran hacer girones, que lo irrespeten, que prometan en su nombre. se brinda cobija, asilo y pasión. ya nunca se va a sentir paria, ya se guardó en la memoria su hogar, ese trapo flameando imposiblemente.


4 comentarios:

  1. hermoso, épico. como el ondear de la bandera en el aire. épico. como todo.

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  2. cuán identificada en el sentimiento. qué bueno que seamos tantos y más, cada vez más...

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  3. se agradece, mis queridas, digo sonrojada

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  4. Gracias por brindar esta escena.
    Emociona esa bandera que bailotea. Emociona sentir que somos muchos los que nos emocionamos con ella.

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